Dos capas de nubes y después un azul infinito. El cielo se había convertido en la metáfora más tímida, real y poderosa de la vida. Una metáfora en la que sólo había depositado su confianza una minoría -apartada y observada por la mayoría con ternura-, una minoría a los que alguien, alguna vez, acertó en llamar 'soñadores'.
Así era el cielo, así eran los días.
Dos capas de nubes y después un azul infinito. El cielo se había convertido en la metáfora más tímida, real y poderosa de la vida. Una metáfora en la que sólo había depositado su confianza una minoría -apartada y observada por la mayoría con ternura-, una minoría a los que alguien, alguna vez, acertó en llamar 'soñadores'.
Dos capas de nubes y después un azul infinito. El cielo se había convertido en la metáfora más tímida, real y poderosa de la vida. Una metáfora en la que sólo había depositado su confianza una minoría -apartada y observada por la mayoría con ternura-, una minoría a los que alguien, alguna vez, acertó en llamar 'soñadores'.
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