Llevo unos días resistiéndome. Pero la irritación -aunque más la necesidad-, finalmente, han podido conmigo.
En diciembre de 2010 se presentó en Madrid la nueva Ortografía de la RAE. Entre sus ochocientas páginas, el cambio que mayor controversia causó fue la decisión de no tildar solo, dejando que se representara indistintamente como adverbio o como adjetivo, sin tener en cuenta las confusiones que podría generar. Una decisión amparada bajo la supuesta poca relevancia de la tilde y el poder esclarecedor del contexto. Aunque en la Ortografía se recomienda, no se exige, la afirmación es bastante rotunda:
El empleo tradicional de la tilde en el adverbio solo no cumple el requisito fundamental que justifica el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas a palabras átonas. Por eso, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en esta forma incluso en casos de ambigüedad. La recomendación general es, pues, la de no tildar nunca estas palabras
Así se justificaba y, evidentemente, no faltaron apoyos ni críticas. Ante el revuelo, se comenta que la RAE retrocedió, pero la Academia -desde 1959 hasta hoy mismo- despoja de la tilde a solo en todas sus publicaciones. En esa edición de 2010 sólo una de las veintidós academias que tomaron esa decisión se negó. Era la Academia Mexicana de la Lengua (AML), cuyo director, Jaime Labastida, comentó:
Quiero resaltar que fuimos la única Academia, de las 22 existentes, que nos opusimos a la eliminación de las tildes diacríticas [...] y en el sólo adverbial. Dimos razones técnicas para ello. Entregamos el argumento no a la RAE sino a la Asociación de Academias, donde está incluida la RAE. Pero en la reunión previa al encuentro de Guadalajara en 2010, la mayoría de las academias votó a favor de que fueran suprimidos. Ahí ganó la mayoría. Ya estando en Guadalajara y ante la polémica suscitada, la RAE dio marcha atrás a su propuesta. Ahora no hay una norma ortográfica en ese sentido, se puede usar como sea. Lo cual es un contrasentido porque la ortografía es la única parte de la gramática que tiene carácter de normatividad
Y dio en el clavo. Aun así, siete años después, se siguen viendo -y cada día más- ejemplos que siguen esa recomendación, de carácter más bien imperativo, de la Academia. El nueve de enero de este año amanecía así la portada de El País:
La polémica estaba servida: los defensores de la no-tilde se escudaron bajo la acción del contexto y los defensores de la tilde pusimos en duda la "facilidad" deductiva que se esperaba del lector al leer ese titular y las líneas que lo seguían, donde se escondía también otro hermanito sin tilde.
Los defensores de la desaparición de la tilde recurrieron al contexto como un factor esclarecedor de la función de sólo. Ni ven ni quieren ver una anfibología que hace necesaria una distinción. También -y aunque camuflada, ésta es la verdadera razón- consideran la tilde de sólo como algo caduco, conservador, nostálgico, que merece la pena quitarse de en medio cuanto antes.
Pues bien, la tilde de sólo no es ni mucho menos un elemento elitista, símbolo nostálgico de un tiempo pasado en que "todo fue mejor" como se ha querido ver. Más bien lo contrario. La tilde, en este caso concreto, es un elemento necesario, sin otra motivación que la de diferenciar dos formas que crean confusión.
Como justificó la RAE, la tilde sirve para diferenciar una palabra átona de otra tónica, situación que no afecta a sólo, y por lo tanto, situación que llevó a la tilde a despedirse de esa palabra. Ahora bien, en esa portada de El País las ambigüedades están bien claras: si un titular -y sobre todo en una portada- tiene que ser claro y necesita entenderse con un simple vistazo, aquí algo no funciona. Aunque se confíe mucho en el contexto, no es una información clara y puede conducir a error -aunque sea un error esporádico-. El receptor de este mensaje tendrá que pensar dos veces lo que acaba de leer para entenderlo.
En la cadena hablada, solo como adjetivo y sólo como adverbio no generan ninguna confusión, a pesar de que el acento -llamaré acento a la sílaba pronunciada con más intensidad- se encuentra en la misma posición para ambas formas. No genera confusión, pues, porque hay muchos elementos que ejercen influencia sobre él y aclaran su función: la información previa entre emisor y receptor, la entonación, los gestos... el contexto en definitiva.
Ahora bien, éso atañe a una situación oral, con un emisor y un receptor entre los que existe cierta complicidad y una serie de elementos compartidos, a los que afectan situaciones que van mucho más allá de la gramática.
Sin embargo, en una situación escrita, en la que desaparece cualquier elemento que pueda conceder información previa sobre el mensaje, en la que el emisor es uno y los receptores son miles, receptores sin el menor tipo de afinidad con el emisor... en definitiva, en una situación en la que la gramática debe ejercer las mismas funciones que el contexto ejercía en la cadena hablada antes mencionada, el desciframiento del mensaje se hace mucho más difícil, incluso a veces imposible. Y ésto es lo que lleva a confusiones, como en el caso de la famosa portada o en cualquier situación escrita.
La tilde para sólo no es un conservadurismo. Yo mismo soy el primero en defender la evolución del lenguaje como algo natural, algo vivo y positivo. Pero el problema que nos atañe no pertenece a la propia evolución del lenguaje. -Ésto es algo que los defensores de la no-tilde no tienen en cuenta.
El problema de sólo es un problema ortográfico, y la ortografía es algo artificial, creado por una academia y no por el propio acto del habla -que han formado los hablantes. La ortografía, por tanto, responde a unas normas creadas, artificiales. Además estas normas -en concreto la norma que se refiere a este problema- no tienen otro propósito que el de facilitar la comprensión, el aprendizaje y el desciframiento del mensaje, en especial en una situación escrita. De ninguna manera pretenden engrosar el lenguaje con normas inútiles que dificulten su comprensión.
Hablar de algo estricto y artificial para el lenguaje hablado es una barbaridad, y suerte para quien lo intente. En cualquier caso, esta cuestión atañe a lo que no es natural, a la ortografía, a algo dogmático al fin y al cabo, y que la misma institución que intenta mantener esa estructura fomente las ambigüedades y la simplificación del lenguaje es algo muy grave. Pero ésto es sólo una tilde. El idioma es complejo. Nada más. Sólo una rayita de claridad en una masa confusa, con detractores y defensores, que es la lengua.
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