Okun Charan, Camboya

Todo ha pasado muy deprisa. Ya es tiempo de replegar las alas y volver a casa.

He encontrado la ternura de miles de ojos negros, que lo observan todo como miles de lunas, con la calidez y el color de la tierra a la que pertenecen. He descubierto el poder que tiene una sonrisa, de una fuerza y una atracción inevitables, y he visto cómo el amor es capaz de convertir un instante en una vida entera.

Me alegra que los gestos hayan permanecido tenues en el aire como alas batiendo. Y me consuela que las sonrisas quedaran grabadas en lo más profundo e intocable del espíritu. Pues nada define mejor lo que es un hogar que quien lo habita, y Camboya tendrá siempre esa especie de fuerza permanente e ineludible que consigue hacerme volver sin pensarlo.

Más de un día me he tumbado sobre el mundo a descansar y este país me ha atrapado enseguida con la fuerza extraordinaria de una tormenta; los tuk-tuks deslizándose como el aire entre los animales y las flores, y el olor a comida de los puestos callejeros me han envuelto desde un principio y me han recordado el sentido primero de viajar y de vivir; las sonrisas me han enseñado su poder y la importancia de disfrutar el trayecto.

Pero ya es tiempo de regresar y envolver en un recuerdo todos los gestos, miradas y sonrisas. Ya es tiempo de mantener la fuerza que me han enseñado los niños, una fuerza con la manera de un océano infinito e inabarcable. Ya es tiempo de volver a casa y conservar el amor recibido.

 
 

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