Ogai Mori

OGAI MORI, LA BAILARINA Y LA BELLEZA DE DEBATIRSE ENTRE DOS CULTURAS

Cuando llegué por primera vez a Alemania, pensé que había descubierto mi verdadera naturaleza y me juré no dejarme utilizar nunca más como si fuera una simple marioneta. Quizá fuese sólo el orgullo de un pájaro al que han dejado en libertad el tiempo suficiente para que pueda batir sus alas un par de veces mientras sigue atado por la patas.

Ese pájaro atado es Ogai Mori, pseudónimo de Rintaro Mori, que nació al suroeste de Japón en 1862. Con diecinueve años se graduó en la Facultad de Medicina de Tokio, siendo la persona más joven de Japón con ese título, y en 1884 recibió una beca para estudiar higiene militar en Alemania.

Vivió en Leipzig y Munich, pero fue en Berlín donde conoció a una chica que más tarde se convertiría en la Elise de La bailarina. Poco más se sabe de ella, ni siquiera su nombre.

Mori posee el inalcanzable don de contar historias. La bailarina sorprendió por la modernidad de su lenguaje; Hasta el año de su publicación -1892-, ningún autor japonés había escrito una novela en primera persona. Tampoco se había intentado igualar el lenguaje escrito al hablado, algo que Ogai Mori, fuertemente influenciado por la literatura europea del momento, consiguió casi sin esfuerzo. Este lenguaje es una especie de crisol, que une la elegancia y sutileza japonesas con la velocidad y profundidad occidentales.

En la superficie, La bailarina  cuenta una historia de amor bastante simplona. El lector asiste a la relación, tormentosa escondida bajo un velo de pasión, entre una joven -bailarina- bellísima y pobre, y un japonés, bajito, irremediablemente sometido a los valores japoneses tradicionales, que se ha trasladado a Berlín para estudiar leyes y manipula esta relación a su antojo. A pesar de la semejanza con la realidad y la historia de Mori, la relación parece incluso ficticia. El hecho de que un joven asiático, proveniente de un país en vías de desarrollo que había estado aislado durante casi doscientos años, se viera envuelto –sin quererlo- en una relación con una chica europea, rubia y tremendamente pasional, fue algo que sin duda cautivó inmediatamente a los jóvenes japoneses y se ganó una sólida alabanza por parte del público nipón.

Sin embargo, el universo de La bailarina –y por extensión de Ogai Mori- es mucho más que éso. Hasta 1868, Japón se había visto hundido en un sólido aislamiento que evitaba casi por completo cualquier contacto con el exterior. La influencia literaria extranjera, en especial europea, era prácticamente invisible, salvo por algunos ejemplares y documentos escritos en holandés que entraban en la isla, pues Holanda era el único país que gozaba de un tratado comercial con Japón. Tras la apertura del país, los intelectuales japoneses se acercaban maravillados hacia las nuevas opciones que se les habían presentado casi de golpe. El interés por la cultura occidental creció en los autores japoneses, al igual que crecía por parte de los occidentales el interés hacia la cultura nipona. Ogai Mori es la voz de esos cambios.

La bailarina no es sólo una historia de amor crédula y simplona, es el relato de una lucha. Una lucha entre dos líneas paralelas que nunca llegarán a juntarse. Toyotaro Ota, el protagonista, se traslada a Alemania, convencido de haber encontrado un nuevo camino alejado de los férreos valores tradicionales japoneses en los que ha pasado la totalidad de su vida. Se siente libre por un momento. Ha encontrado por fin lo que él considera como la verdad. Sin embargo, esa sensación de libertad desaparecerá igual que vino tras la llegada de un conde japonés y su comitiva a Berlín. Toyotaro ha conocido a Elise, una bailarina pobre que en sí misma representa la libertad europea que el escritor deseaba alcanzar. Aunque Elise se muestre –a veces de forma enfermiza- enamorada de él, Toyotaro aparece distante, como sostenido por algo que lo frena. Desde el principio, el protagonista es capaz de contemplar, incluso puede tocar con sus propias manos, lo que durante toda su vida había estado buscando. Pero hay algo que se lo impide y contra lo que lucha continuamente.

La historia continúa, con Elise cada vez más enamorada frente a sus ojos y Japón presionando tras su espalda. Esta no es una historia simplona de amor entre una bailarina rubia y un japonés bajito. Esta es la historia de un soñador en una tierra aislada, férrea, que se ha visto sobrepasada por otra, otra tierra a sus ojos más libre. Más moderna y con más oportunidades. Esta la historia del pájaro que hay dentro del ser humano, un pájaro libre que desea batir sus alas y disfrutar. Aunque sea un segundo. Aunque tenga las patas atadas.
 
 

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