Una descripción de Orlando

Cuando la palabra descripción entra en nuestros oídos puede provocar dos reacciones: o bien algo insulso, algo que defrauda a nuestras expectativas de sentir la realidad, puesto que al leerlo sólo nos despierta un sentido -el de la vista o el del aburrimiento-, o bien todo lo contrario:  una descripción que nos descubre una forma de ver la realidad mucho más profunda, que no está basada en invenciones, sino en una observación diferente y ahondada de lo descrito. Sólo en el caso afortunado de toparnos con una descripción del segundo tipo es cuando nuestro cuerpo se sacude, se nos despiertan los cinco sentidos y somos capaces de oler y sentir los signos que estamos viendo.

El otro día tuve uno de esos encuentros afortunados con la descripción de Orlando, hecha por Virginia Woolf en Orlando (1928) y traducida por el escritor Jorge Luis Borges:

-Orlando, a primera vista, parecía predestinado a una carrera semejante. El rojo de sus mejillas era aterciopelado como un durazno; el vello sobre el labio era apenas un poco más tupido que el vello sobre las mejillas. Los labios eran cortos y ligeramente replegados sobre dientes de una exquisita blancura de almendra. Nada molestaba el vuelo breve y tenso de la sagitaria nariz; el cabello era oscuro, las orejas pequeñas y bien pegadas a la cabeza [...] En cuanto miramos a Orlando parado en la ventana, debemos admitir que tenía ojos como violetas empapadas, tan grandes que el agua parecía haber desbordado de ellos ensanchándolos, y una frente como la curva de una cúpula de mármol apretada entre los dos medallones lisos que eran sus sienes. En cuanto echamos una ojeada a la frente y los ojos, nos extraviamos en metáforas.[...]
Lo exaltaban los espectáculos -los pájaros y los árboles; y lo hacían enamorarse de la muerte-, el cielo de la tarde, las cornejas que vuelven; y así subiendo la escalera espiral hasta su cerebro -que era espacioso- todos estos espectáculos y también los ruidos del jardín, el martillo que golpea, la madera hachada, empezó ese tumulto y confusión de las emociones y las pasiones que todo biógrafo competente aborrece.

-Fotograma de Tilda Swinton en la adaptación al cine de Orlando (1992)

 

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